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martes, 17 de mayo de 2011

***RODANDO POR LA VIDA ***


Surgió la vida, sutil, ante mis ojos,
oscilando en un burdo carro de rodillos.
Esas tablas unidas por oblicuos travesaños
fueron mi cuna primigenia y mi jardín.
Cartones corrugados y periódicos
fueron mis almohadas y mi lecho.
Eran muchos mis juguetes encantados:
tarros y botellas, envolturas y etiquetas.
Fue mi único y sempiterno compañero
un perro criollo de ébano intensísimo
adornado con rara mancha blanca:
¡alba semiluna engastada entre su frente!
Ese cánido amoroso, de noche
fue cobija y exigua fuente de calor;
más, su insólito y fantástico lunar
jamás arrastrar mi mente pudo
hasta el cosmos ignoto de los sueños.
La canción de cuna que por siempre
yo escuché fue el crujir de balineras
girando a la par de mi vida desechable,
sobre el rudo y rugoso pavimento,
al lado de motores y de bielas.
La lluvia, el sol, el frío y el calor,
adheridos entre pecho y entre espalda
curtieron mi semblante y mis sentidos,
alejaron la sonrisa de mi boca,
y borraron de mis ojos los sollozos.
Traigo el cuerpo bastante endurecido,
también, son así mis sentimientos.
Nada espero de la vida, ni tampoco
le reclamo. ¡No hay resentimiento!
A veces pienso... imagino demasiado,
entretenido entre ruidos dibujados
por los cuatro oxidados rodamientos
de aquel carro que quedó como testigo
de la vida, siempre a rastras, de mi viejo,
al entregarme sobre ruedas su legado.
Y mientras tiro sin prisa de la cuerda
que sirve de timón a mi existencia,
hurgo con mis manos y mis ojos
pedazos de periódicos doblados,
y recuerdo con asomos de nostalgia
al perro de pelambre como noche
que fue único tesoro en mi niñez,
y cuya marca cabalística no pudo
hacerme soñar, ¡jamás!, un solo instante.
Y continúo arrastrando con mis manos
el vetusto carro de gastadas balineras:
¡herencia de mi padre y de su estirpe!

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